Hace unas semanas tuve la oportunidad de leer algunas de las
entrevistas que le hicieron a Dan Ariely
(investigador en el campo de Economía Conductual) a propósito del lanzamiento
de su libro “La (honesta) verdad acerca
de la deshonestidad”. Al analizar con detenimiento las ideas manejadas
dentro de ese libro, resulta obligatorio tratar de aplicarlas al caso
venezolano. Creo que muchos de nosotros
percibimos a Venezuela como un país en el que abunda la deshonestidad, pero
también pienso que a muchos nos hace falta aceptar qué tanto aportamos para que
esta realidad sea así.
Piensen
por unos minutos si han actuado de manera deshonesta en los últimos días,
semanas o meses. No necesariamente debe ser un acto abierta y claramente
deshonesto como robar o causar daño a otra persona; piensa en la luz del
semáforo que te tragaste, en la flecha que te comiste, en esas mentiras
“blancas” que dijiste, en la subestimación de ingresos que colocaste en tu
última declaración de impuestos, en las copias personales que sacaste en la
oficina, en ese bolígrafo u hojas que también provienen de tu lugar de trabajo,
en la música o películas que bajaste de Internet sin respetar los derechos de
autor, etc, etc. Uno de los principales
problemas con la deshonestidad es que nos cuesta mucho reconocerla en nosotros.
Ariely nos explica muchas de las razones por las cuales nos
vemos incentivados a ser deshonestos, pero quiero destacar dos en particular: uno, que tu alrededor esté lleno de
personas que continua e impunementemente cometen actos deshonestos y dos, la
capacidad de racionalización que tenemos para convencernos de que estamos
actuando “honestamente”. Estas dos características las tenemos de sobra en
Venezuela.
Es
triste pero en nuestro país la deshonestidad es prácticamente una cultura.
Diariamente vemos a muchas personas cometiendo actos escabrosos y ya pareciera
normal. El tipo que se colea, la persona que da (acepta) comisiones por
trabajar (elegir) como (las) contratista(s) para (de) el gobierno, personas
copiándose en exámenes o plagiando trabajos académicos y profesionales, robos
por doquier, etc, etc, son hechos que observamos cotidianamente y que muy pocos
son castigados. Eso motiva hasta lo más
honestos a subir su barra de criterio acerca de lo que es honesto o no.
Por
otro lado está la habilidad que tenemos los venezolanos (y los seres humanos en
general) de racionalizar y justificar nuestros actos deshonestos. Si
robo es porque el rico en algún momento me lo quitó, si me llevo el bolígrafo
de la empresa es como “compensación” de lo mucho que me explotan, sólo por
citar dos ejemplos. Pero en Venezuela vamos más allá y tenemos un concepto que
nos ayuda a racionalizar el ambiente de deshonestidad que nos rodea: la viveza criolla. Tanto así, que el
concepto de “vivo” hace que nos sintamos mejor con nosotros mismos. “Me fui de
vivo e hice tal cosa”, “si no lo hago yo, seguro viene otro vivo y lo hace
antes que yo”. Lamentable punto en el que encontramos, pero del que debemos salir.
No todo está perdido, hay
cosas que podemos hacer para disminuir los niveles de deshonestidad: aumentar
los mecanismos de supervisión, disminuir la impunidad generalizada, incentivar
la realización de campaña de valores y reactivar la cultura del honor podrían
ser algunas de ellas. Como se podrán dar
cuenta hay cosas que pueden ir desde el gobierno hacia el ciudadano pero otras
debemos empezar a inculcarlas desde la familia.
Es
nuestro deber como venezolanos empezar a cambiar nosotros mismos,
aceptar que por un motivo u otro somos de alguna forma deshonestos, pero
teniendo consciente que podemos cambiar…. Solo
así seremos dignos ejemplos para nuestros hijos…